miércoles, 21 de febrero de 2018

A propósito de Microteatro Bogotá

Acerca del micro…
Por: Nicolás González Gutiérrez

 "Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve."
Anton Chejov

Hace poco encontré un artista con la capacidad de tallar una escultura realista en la mina de un lápiz; también un ingeniero entusiasta del arte que tardó cerca de cinco años en hacer un avión comercial a escala con lujo de detalles fabricando cada pieza (hasta la más mínima) en papel. No se pueden olvidar aquellos constructores de barcos dentro de botellas o la infinidad de artistas-artesanos que reproducen (o crean) un fragmento del universo en tamaño ínfimo.

Existe un alto riesgo de fracaso en esta empresa -me refiero a lo micro- y lo expreso a través de una simple palabra: filigrana. La diferencia entre una obra de artes y “cualquier cosa” radica siempre en el grado de atención prestado al detalle; en el grado de obsesión por la minucia que el creador pone en su proyecto. En lo micro no puede haber nada de sobra, no puede existir bajo ninguna circunstancia lo gratuito o lo injustificado. Cada elemento cumple su función para dotar de vida y magia el asunto sin pecar de pretencioso o por el contrario, de escueto.

Lo micro es el epítome de la condensación, la sinécdoque en su máximo esplendor. Esta capacidad sintética se traduce en la potencia del creador (llámese plástico, escénico o músico) para comunicarse de manera efectiva con su interlocutor/espectador usando el mínimo de recursos pero disponiéndolos de manera magistral. Una voz popular diría: menos es más.

Dicho esto me compete hablar propiamente del microteatro, ese formato de espectáculo cuya duración no supera los quince minutos y que se repite varias veces en la misma noche. Hace unos años fui el fundador y el editor de la Revista Micra (http://leyendomicras.blogspot.com) cuyo objetivo principal era precisamente el de estimular la producción de textos dramáticos cuya extensión no superara las diez cuartillas y que pudieran funcionar como un espectáculos completos en sí. Los dramaturgos no podían enviar escenas de obras en construcción pues el reto justamente radicaba en afinar las habilidades sintéticas para modelar un universo breve con el impacto del caso. Mi iniciativa editorial prosperó por siete ediciones y hubo un impacto positivo particularmente en las letras de Cali, el eje cafetero y la capital, sin embargo la falta de recursos y el escaso apoyo hizo que la revista entrara en un estado de hibernación…Pero eso es harina de otro costal.

La función del microteatro es la de entretener sin profundizar en los vericuetos de una trama formal; su intención es la de provocar y satisfacer parcialmente dejando en el público la necesidad de ver más. Es un teatro instantáneo pero no superficial. En esto último radica su peligro. No cualquier cosa es microteatro. Se trata de una obra cerrada, única y lo suficientemente condensada para suplir las necesidades del drama. Por su naturaleza fugaz no puede caer en la trampa del discurso, por el contrario debe estar desbordada de acción (y no se me malinterprete con actividad y/o movimiento) y de conflicto, pues no podemos sentar al espectador para una narración de quince minutos.

El microteatro no es el recorte del teatro, es una dosis concentrada del mismo.

Por eso quienes nos lanzamos a la empresa del teatro embotellado tenemos que ser cuidadosos con lo que llevamos a ese espacio en el que encapsulamos el universo porque –como lo dije en líneas anteriores- cada cosa que sea caprichosa, netamente ornamental o que no contribuya al drama va a pasar factura directa en la atención del espectador. Tenemos que brindarle a cada persona que visite nuestra sala el cuarto de hora más intenso de su noche (de nuevo pido que no se confunda intensidad con efectismos o histrionismo desbordado) y esto se logra detallando hasta el cansancio: desde el diseño del espacio y el movimiento, gestos e intenciones, participación del público y el sinfín de variables que confluyen en el hecho escénico.

En este punto y con cierto radicalismo concluyo que si el teatro requiere una precisión milimétrica y casi que matemática en su diseño, el microteatro eleva estos factores exponencialmente. El micro debe ser veloz pero consistente, entre otras cosas, porque su tendencia a la repetición constante lo debe hacer resistente al desgaste. Sin ir más lejos el ejercicio del microteatro se asemeja al de los ingenieros que diseñan los autos para romper las barreras de velocidad: compactos, resistentes y funcionales. Si no se cumplen estas máximas tanto la obra (como el auto) se desintegran en la intensidad del momento.

No me queda otra cosa para concluir este texto apologético que invitar a la producción y desarrollo del micro. Montar con la minucia de una producción de gran envergadura pero sucumbiendo a la velocidad a la que nos empuja nuestra época.

20 de febrero - 2018

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